domingo, 21 de diciembre de 2008

Uno.

Domingo. Después del segundo chasquido de un mechero de los más baratos del estanco, acerco mis manos al teclado con la intención de cambiar de lugar mis pensamientos, limpiar un poco mi mente y ver escrito todo lo que tengo en la cabeza, espero que no se me haga difícil.

Pues bien, primera entrada y primeros sentimientos a teclear. ¿Envidia? ¿Sana? Me explicaré lo más discretamente posible: Le quise, muchísimo, puede que más de lo que debería haber hecho. Le cuidé como nadie y velé por él incluso cuando ninguno de los dos nos lo merecíamos. Llegó ella y se mezclaron sentimientos, no sé si celos o envidia (me cuesta diferenciar entre esas dos palabras), y me quise convencer de alegrarme por él. Sí. Convencida al cien por cien de que sólo necesitaba verle feliz para serlo yo, intenté seguir cuidando de él a pesar de que cada vez era más evidente para todos que, la que ahora escribe, era más y más prescindible a medida que pasaba el tiempo.
Y llegamos a hoy, a ayer, a esta semana y este mes, a esta temporada que se supone que es la Navidad, y todo ese rollo de pasarla con aquellos que quieres. ¿Y él? Ya no, no está en esa lista para mí. ¿Cómo va a estarlo?

No puede ser envidia. Hoy creo que más bien es indiferencia. Ya lo decía mi madre: "siempre das más de lo que recibes y acabarás por agotar tu paciencia y las pocas existencias de cariño que te quedan". De todas formas, no es lo mío ir de dura y sí que quiero dejar escrito, y que lo leais, y releerlo yo las veces que haga falta, que le echo mucho (muchísimo) de menos.

Listo entonces, he acabado haciendo dibujos en el cenicero, con la colilla como pincel. Un malestar extraño (tampoco tanto) anuda la raiz de mi lengua y una foto de su guitarra, su compañera de siempre, incluso de antes de conocernos, ilustra mi comienzo en esto. No es más que el primer final.



Natillas