sábado, 28 de marzo de 2009

Seis.

Y digo yo, si fuera capaz a imprimir todas y cada una de las conversaciones que tuvimos hasta las tantas de la mañana desde que nos conocemos, si pudiera grabar en cintas VHS cada momento en que estuvimos juntos o hablando uno del otro, si consiguiera meter toda nuestra vida en una caja y lanzársela a la cabeza cuando bajara de su séptimo piso a buscar a "la nueva yo", ¿se daría cuenta entonces de que nunca querré a nadie tanto como a él cuando me permitía quererle?

Me lleno de algo por dentro, reconozco que es una sensación rara. No es odio, creo. Bueno, puede ser. Una mezcla extraña de rencor, odio, nostalgia, soledad y demás gilipolleces. Estar sola me hace débil y a veces creo que lo correcto sería ir a buscarle y hablar, incluso pedir disculpas. Pero esa misma soledad me abofetea entonces, y doy gracias, porque el perdón me lo debe él a mi.

"Promesas que no valen nada", como cantaban Piratas, promesas de mentira como las de un mejor amigo que juraba no ser nunca un chico más del montón, el mismo que pedía que yo no le faltara nunca. El mismo, sí, el mismo mejor amigo que me cambió como si fuera un cromo en pleno patio de recreo, el que encontró el chollo de conseguir uno nuevo e iridescente a cambio del viejo y ya descolorido de siempre. Y como si me hubiera tirado en un charco, me siento inservible. Mi pegatina ya no vale y no encajo en ningún álbum si no es el suyo aunque, si soy sincera, el dolor de la caida ya pasó hace mucho. Lo que realmente me mata, lo que me hace daño al respirar, es que me haya olvidado. Cómo cojones se atreve..

viernes, 20 de marzo de 2009

Cinco.


Soy tonta.

Y lo dejo en esas dos palabras porque creo que no hay nada más estúpido que una persona como yo, un alguien que espera un algo que no sabe qué es exactamente y que, aun con los ojos de la perfección reflejando los suyos, no reacciona.

Asco. Asco es lo que me doy.

jueves, 12 de marzo de 2009

Cuatro.


Es curioso. En un paseo de los más nuevos de esta villa aburrida, todo el mundo iba en la misma dirección, todos con sus chaquetones oscuros, signo de que aun no se había terminado el invierno, a pesar de que el sol cegaba sus ojos disparándoles desde el inicio de aquella interminable calle. Pocos llevaban gafas de sol, pero seguro que no me equivoco si digo que bajo ellas su expresión era la misma que la del resto: Asco a la vida. A los pocos segundos de fijarme en ésto se cruzaba una chiquilla en sus caminos, vestía cientos y cientos de colores, incluso las bolitas de su coletero brillaban con sus pequeños saltitos de alegría. Nadie, absolutamente nadie se dignó a observar a la pequeña, nadie giró su cabeza para volver a verla y, apuesto todos mis bienes a que si ahora mismo pudiera reunir a toda esa gente para preguntarles por esa niña, ni uno de los abrigos con patas sería capaz de recordar ni un solo detalle de la chaqueta multicolor de la pequeña, ni de los rizos de su pelo, ni de su enorme sonrisa, ni de sus botas verdes con cintas rojas. Es curioso. Y admirable. En medio de un mundo tan oscuro como es el de los adultos y sus chaquetones, tan aburrido y rutinario como el camino que ellos recorrían, ella sonreía a contracorriente. Inocente indiferencia.


( Y pensar que lo que más me duele es que hasta ella está destinada a ser algún día uno de esos mayores, ciegos de sol y rutina. )

lunes, 2 de marzo de 2009

Tres.

Amanece. Pero no necesariamente brilla el sol.

Me fumo las horas esperando algo que cada vez tengo más claro que no ocurrirá, aunque, para ser sincera, aun no sé exactamente qué es. Y para ser más sincera si cabe, apuesto a que el día que lo tenga delante, lo dejaré pasar.

Mil veces al mes me gusta verme en el espejo y poner caras raras, desafinar mientras me peino. Salto de la cama con toda la fuerza del mundo.
Me hago gracia y me río de mi misma. Me gusto. Esos días me los comería de un bocado, sin pensar.

Un millón de veces al mes veo lo que creo que es la realidad. Me veo a mi misma, pero no tal cual soy, sino tal cual
estoy. Me cambia la expresión de golpe y porrazo cada vez que me viene a la cabeza el cómo llegué a ésta situación, el cuándo y el por qué. Esos días me quedo afónica de gritarme mentalmente mis errores. Mis errores que son mios, por supuesto.

No sé a dónde quiero llegar con ésto. Ni sé con qué fin. Tampoco se me ocurre una frase bonita con la que terminar mi texto depresivo, digno de días preregla.

Así se queda.


Natillas