sábado, 28 de marzo de 2009

Seis.

Y digo yo, si fuera capaz a imprimir todas y cada una de las conversaciones que tuvimos hasta las tantas de la mañana desde que nos conocemos, si pudiera grabar en cintas VHS cada momento en que estuvimos juntos o hablando uno del otro, si consiguiera meter toda nuestra vida en una caja y lanzársela a la cabeza cuando bajara de su séptimo piso a buscar a "la nueva yo", ¿se daría cuenta entonces de que nunca querré a nadie tanto como a él cuando me permitía quererle?

Me lleno de algo por dentro, reconozco que es una sensación rara. No es odio, creo. Bueno, puede ser. Una mezcla extraña de rencor, odio, nostalgia, soledad y demás gilipolleces. Estar sola me hace débil y a veces creo que lo correcto sería ir a buscarle y hablar, incluso pedir disculpas. Pero esa misma soledad me abofetea entonces, y doy gracias, porque el perdón me lo debe él a mi.

"Promesas que no valen nada", como cantaban Piratas, promesas de mentira como las de un mejor amigo que juraba no ser nunca un chico más del montón, el mismo que pedía que yo no le faltara nunca. El mismo, sí, el mismo mejor amigo que me cambió como si fuera un cromo en pleno patio de recreo, el que encontró el chollo de conseguir uno nuevo e iridescente a cambio del viejo y ya descolorido de siempre. Y como si me hubiera tirado en un charco, me siento inservible. Mi pegatina ya no vale y no encajo en ningún álbum si no es el suyo aunque, si soy sincera, el dolor de la caida ya pasó hace mucho. Lo que realmente me mata, lo que me hace daño al respirar, es que me haya olvidado. Cómo cojones se atreve..

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