jueves, 12 de marzo de 2009

Cuatro.


Es curioso. En un paseo de los más nuevos de esta villa aburrida, todo el mundo iba en la misma dirección, todos con sus chaquetones oscuros, signo de que aun no se había terminado el invierno, a pesar de que el sol cegaba sus ojos disparándoles desde el inicio de aquella interminable calle. Pocos llevaban gafas de sol, pero seguro que no me equivoco si digo que bajo ellas su expresión era la misma que la del resto: Asco a la vida. A los pocos segundos de fijarme en ésto se cruzaba una chiquilla en sus caminos, vestía cientos y cientos de colores, incluso las bolitas de su coletero brillaban con sus pequeños saltitos de alegría. Nadie, absolutamente nadie se dignó a observar a la pequeña, nadie giró su cabeza para volver a verla y, apuesto todos mis bienes a que si ahora mismo pudiera reunir a toda esa gente para preguntarles por esa niña, ni uno de los abrigos con patas sería capaz de recordar ni un solo detalle de la chaqueta multicolor de la pequeña, ni de los rizos de su pelo, ni de su enorme sonrisa, ni de sus botas verdes con cintas rojas. Es curioso. Y admirable. En medio de un mundo tan oscuro como es el de los adultos y sus chaquetones, tan aburrido y rutinario como el camino que ellos recorrían, ella sonreía a contracorriente. Inocente indiferencia.


( Y pensar que lo que más me duele es que hasta ella está destinada a ser algún día uno de esos mayores, ciegos de sol y rutina. )

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