lunes, 2 de marzo de 2009

Tres.

Amanece. Pero no necesariamente brilla el sol.

Me fumo las horas esperando algo que cada vez tengo más claro que no ocurrirá, aunque, para ser sincera, aun no sé exactamente qué es. Y para ser más sincera si cabe, apuesto a que el día que lo tenga delante, lo dejaré pasar.

Mil veces al mes me gusta verme en el espejo y poner caras raras, desafinar mientras me peino. Salto de la cama con toda la fuerza del mundo.
Me hago gracia y me río de mi misma. Me gusto. Esos días me los comería de un bocado, sin pensar.

Un millón de veces al mes veo lo que creo que es la realidad. Me veo a mi misma, pero no tal cual soy, sino tal cual
estoy. Me cambia la expresión de golpe y porrazo cada vez que me viene a la cabeza el cómo llegué a ésta situación, el cuándo y el por qué. Esos días me quedo afónica de gritarme mentalmente mis errores. Mis errores que son mios, por supuesto.

No sé a dónde quiero llegar con ésto. Ni sé con qué fin. Tampoco se me ocurre una frase bonita con la que terminar mi texto depresivo, digno de días preregla.

Así se queda.


Natillas

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